Hasta diecinueve días de espera han tenido que aguantar este mes de agosto cientos de buques mercantes para atravesar el Canal de Panamá. Apenas, por consiguiente, unas jornadas menos de las que se tarda en rodear todo el continente sudamericano, y que constituyen la gran ventaja de la vía de agua que une el Mar Caribe con el Océano Pacífico en tan solo 80 kilómetros de recorrido. Por ella circula el 6% del comercio mundial y constituye el principal activo de Panamá, sobre todo desde que recuperara en 1999 la soberanía tanto sobre el Canal como sobre la zona de sus dos orillas, una franja de 16 kilómetros de ancho, que los norteamericanos gestionaron como un virreinato paradisiaco desde que se hicieran con todos los derechos de gestión y explotación tras haber ayudado a Panamá a escindirse de Colombia en 1903. Conviene leerse al respecto el magnífico libro del asturiano Zoilo G. Martínez de Vega “Las guerras del general Omar Torrijos” (Ed. Planeta), para conocer los entresijos y las enormes dificultades de los panameños para recuperar su unidad territorial y la unificación de un país partido literalmente en dos.
El Canal aporta anualmente más de 3.000 millones de dólares por los aranceles que pagan los barcos que lo atraviesan, principalmente estadounidenses, japoneses y chinos. Pero, este 2023 y buena parte del 2024 se están mostrando especialmente aciagos con esta fuente de riqueza y de normalidad comercial. El fenómeno meteorológico conocido como El Niño ha hecho desaparecer gran parte de las intensas lluvias tropicales de que disfruta la selva panameña. Ese aporte es tanto más importante cuanto que es fundamental para el funcionamiento de las esclusas, que permiten salvar desniveles de hasta 26 metros en el trayecto entre las dos bocas del Canal. El llenado con agua dulce que precisa cada esclusa con cada barco es de 200 millones de litros, agua que no se recupera porque termina en el mar.
En vista de la aglomeración de barcos para atravesar el Canal, la Administración de este ha decidido restringir la circulación al menos por un año mientras implementa soluciones de ingeniería que puedan revertir el problema. Además de los lagos Gatún y Alhajuela, que se surten del agua dulce de la lluvia, se ha acometido la construcción de otros dos embalses, dado que los primeros han de surtir también de agua potable para el consumo agrícola y humano a los más de cuatro millones de panameños, junto con las crecientes necesidades de un turismo residencial desbordado.
Las restricciones afectarán no sólo a la cantidad de barcos, un máximo de 32 en lugar de los 40 habituales por día, sino también a su calado, que será de un máximo de 44 pies (13,4 metros), lo que se traducirá lógicamente en menos carga y al fin y a la postre en menos aranceles para la administración panameña. Con estas condiciones, ésta no cree que en 2024 se alcancen siquiera los 500 millones de toneladas de carga transportada, lo que significará en el mejor de los casos 200 millones de dólares menos de ingresos.
Panamá intenta acelerar el proceso que dé una solución que palíe una sequía inédita, al menos en cuanto a su dramática intensidad, sobre todo porque también está teniendo que luchar contra la expansión de bulos que manchan su imagen. Esta misma semana, el presidente panameño, Laurentino Cortizo, hubo de salir al paso y desmentir a su colega colombiano, Gustavo Petro, que había declarado “creer que el Canal de Panamá se había cerrado”.
La urgencia en encontrar soluciones a un problema que Cortizo estima puntual viene a retrasar en consecuencia el nuevo proyecto de ampliación del Canal, de manera que pudieran transitar por él mercantes aún más grandes. El Niño y su implacable sequía son los responsables.
Fuente: Atalayar